Thursday, March 23, 2006

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21 comments:

Anonymous said...

Este cartoon aplica-se que nem uma luva ao omnipresente (neste blog) Vitório Cardoso. Terá sido ecolhido por isso?

JSA said...

estava a pensar o mesmo que o anónimo aqui em cima...

C said...

Meus caros, quando se perde a razão em discussões, quando não se é intelectualmente honesto, quando só usasam e abusam da dialéctica da esquerda histórico determinista (há muito descosntruída) e não querem ser histórico-cientificamente correctos, quando a sustentabilidade da esquerda é insustentável (veja-se discussão com Soler) é tradicional que essa mesma esquerda evoque brigadas do reumático, fascismos e fascizantes etc...Querem maior evolução e (não revolução), com a expulsão dos comunistas do Conselho de Estado? O Presidente da República Portuguesa não precisa deles e afinal de contas é agora um ex-professor meu de Ciência Política da Católica que está como conselheiro político do PR.
O que aprendi não me esqueço, que Comunismo, Nacional-Socialismo e Fascismo, são ideologias revolucionárias, que visam uma nova ordem - querem um novo homem -, bem diferentes da génese ideológica conservadora, tradicionalista, assente nos costumes, na história para se projectarem no presente, tendo em vista um futuro melhor, considerando-me ainda com a vertente reformista.
Tudo o que aqui disse mais a ajuda do "cartoon", assenta-se que nem uma luva ao último estágio do comunismo/socialismo que é isso mesmo, um macaco raivoso.
lol lol lol
Teve piada!

Anonymous said...

Este é um dos casos em que uma imagem vale mais que mil palavras.
Chega!

C said...

Será que não perceberam que não páram de dar tiros nos pés? Se me querem atingir politicamente, ataquem o conservadorismo reformista (não marxista), uma vez que estou farto de dizer que nesta linha de pensamento político-ideológico considero-me obviamente, também tradicionalista e logo, não revolucionário.
O socialismo não é mais do que o preparar do terreno para a vinda profética do amanhã comunista, essa é que é a verdade, a esquerda é verdadeiramente inimiga da liberdade (igualitarismo só é possível com coerção o que contrasta com a liberdade - Hayek). Não vale a pena criar o vosso tão desejado "homem novo, revolucionário", não a vale a pena inventar a roda que já está inventada, aprendam com os nossos antepassados e com a experiência da nossa memória colectiva, desde Viriato aos provérbio populares, não queiram passar uma esponja pelo passado e não pensem que a história seja um arquivo pronto a engavetar.

Boa sorte,

C said...

Bibliografia para os que querem deixar de dizer disparates sobre a "Direita", e artigo em anexo para os esquerdistas saberem que as suas estratégias estão todas desmascaradas, o artigo é o mais belo e conciso resumo desta toda discussão, recomendo vivamente que leiam para ver até que ponto é que a "Direita" se enganou a v/ (Esquerda) respeito:

"A Direita e as Direitas" de Jaime Nogueira Pinto (disponível na biblioteca do IPOR);

Da American Society for the defense of Tradition, Family and Property "Revolution and Counter-Revolution" de Plínio Corrêa de Oliveira:
"If anything characterizes our times, it is a sense of pervading chaos. In every field of human endeavor, the windstorms of change are fast altering the ways we live. Contemporary man is no longer anchored in certainties and thus has lost sight of who he is, where he comes from and where he is going.

If there is a single book that can shed light amid the postmodern darkness, it is Revolution and Counter-Revolution by Plinio Corrêa de Oliveira. In a masterly display of penetrating Catholic scholarship, this extraordinary Brazilian author and man of action traced the processes of history that have shaped postmodern man.

The book's impressive analysis of a revolutionary process born of pride and sensuality begins with a Middle Ages in decadence, proceeds to a neo-pagan Renaissance and pseudo-Reformation, then to the French Revolution, and atheistic Communism. The third part deals with the "Fourth Revolution," or the cultural revolution of the sixties that gave birth to our confusing postmodern times."

Perhaps the most important part of this book is the section on the Counterrevolution. Prof. de Oliveira showed how to implement truly counterrevolutionary action at the service of the Church. He discussed the tactics to be used and the pitfalls to be avoided. The highly acclaimed work is a veritable manual that all Catholics can have recourse in resisting the neo-pagan revolution of our days. It is a powerful tool for making sense of the pervading chaos.

***

ORÍGENES DEL PENSAMIENTO PROGRE

El secuestro de la sociedad civil: Herbert Marcuse
Por Pablo Molina

A comienzos de los años 20 del siglo pasado Lucaks, junto con otros compañeros del Partido Comunista Alemán, creó el Instituto de Investigación Social, ligado académicamente a la Universidad de Francfort. En su seno, los sucesores de Gramsci recogerían su legado intelectual para producir una escolástica marxista con la que emprender “el largo camino a través de las instituciones”.

Las figuras más importantes de la Escuela de Francfort fueron Max Horkheimer, bajo cuya dirección se consolidó su prestigio internacional como centro de pensamiento avanzado, el crítico musical Theodor Adorno, el psicólogo Erich Fromm y un joven talento nacido de la propia escuela llamado Herbert Marcuse. Todos ellos arribaron a los Estados Unidos de Norteamérica huyendo del nazismo, encontrando acogida en la Universidad de Columbia, en el Estado de Nueva York.

A los efectos de este breve estudio, el hito más importante de la escuela de Francfort es el desarrollo de lo que se llamó “La Teoría Crítica”. La crítica a la que hace referencia su denominación se dirigía, obviamente, hacia la sociedad occidental capitalista, que estos pensadores marxistas declaran férreamente oprimida por una mentalidad tradicional judeocristiana, a la vez que manipulada por las estructuras burocratizadas de los grandes medios de comunicación, que producen una falsa cultura con el objeto de apaciguar, reprimir y entontecer a las masas mediante la imposición de aberraciones conceptuales como el cristianismo, la autoridad, la familia, el capitalismo, la jerarquía, la moralidad, el patriotismo, la tradición, la lealtad, el conservadurismo o la continencia sexual.

Bajo la teoría crítica, el sistema occidental es acusado de cometer toda clase de genocidios contra el resto de las civilizaciones (el mito rousseauniano del buen salvaje), de mantener sojuzgados a sectores enteros de la población (mujeres, minorías étnicas, homosexuales, etc.) o de fomentar el nacimiento y desarrollo de todo tipo de conductas de carácter fascista. Se trata de un marco filosófico que pretende inculcar un pesimismo constitutivo en el alma occidental, a pesar de ser la sociedad más próspera y libre del planeta. Sin embargo, como escribió Aron, «todo régimen conocido es torpe y culpable si uno lo compara con un ideal abstracto de igualdad o libertad». A grandes rasgos esta fue la estrategia psicológica para que la generación occidental de los 60, la más privilegiada de la Historia, se convenciera a sí misma de vivir en un infierno insufrible.

Pero quizás el hito más importante de la Escuela de Francfort fue la publicación del libro de Herbert Marcuse "La tolerancia represiva", que muy pronto se convertiría en lectura de culto en los ambientes académicos. Marcuse, como ya se ha apuntado, llegó a los EEUU junto con los demás integrantes de la escuela aunque, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, no volvió junto a ellos a Alemania en los 50. Cuando los campus universitarios norteamericanos ardían en las oleadas violentas de los 60, Marcuse era una figura venerada entre los sectores más radicales. Sus alocuciones a los estudiantes llamándolos a la rebelión le convirtieron en un icono intelectual. Suya es la consigna «haz el amor y no la guerra».

En “La tolerancia represiva”, Marcuse construye su acta de acusación formal contra la burguesía, considerándola no como un crisol de conductas arcaicas o pasadas de moda, sino como la causa directa de la opresión fascista que soporta la sociedad. Así como el marxismo clásico criminalizó a la clase capitalista, la Escuela de Francfort, a través de Marcuse, declaró culpable de los mismos delitos al sector sociológico formado por las clases medias. El desarrollo teórico posterior de esta idea seminal llevó a sus estudiosos a concluir que los individuos que crecían en familias tradicionales eran incipientes fascistas, nazis potenciales, al igual que los que hacen gala de algún síntoma de patriotismo, los practicantes de religiones tradicionales o, en general, los autotitulados conservadores.

Pero Marcuse es también el responsable de otras herramientas dialécticas del arsenal progre como el concepto de «tolerancia represiva», según el cual aceptar la existencia de una amplia variedad de puntos de vista (otros lo llamamos simplemente «libertad de expresión») es, en realidad, una forma escogida de represión. Marcuse definió su particular concepto de la tolerancia como la comprensión condescendiente para todos los movimientos de izquierda, conjugada con la intransigencia más absoluta respecto a las manifestaciones de matiz conservador. Un ejemplo claro de esta táctica totalitaria se pudo ver en el tratamiento informativo de los sucesos acaecidos en la manifestación de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, en la que José Bono fue objeto de una agresión inexistente. Las protestas airadas de un grupo de ciudadanos contra la presencia en la misma de un ministro del Partido Socialista Obrero Español, fueron calificadas como un acto injustificable de exaltación fascista. Por el contrario, las violencias que en los últimos años ha padecido el sector conservador de la sociedad –éstas sí muy reales y, en algunos casos, con riesgo físico más que evidente para los que las padecieron–, el destrozo de las sedes del partido de la derecha o las pancartas con gravísimos insultos a sus representantes políticos (con fotografías incluidas, para que no hubiera duda) sólo merecieron –más daño hacen las bombas de Irak– comprensión y argumentos exculpatorios por parte de estos mismos custodios de la ortodoxia democrática. La circunstancia de que el autor de la palinodia más agresiva sobre el resurgimiento del fascismo ibérico, publicada a raíz del suceso, acumulara en sus manos las carteras de Interior y Justicia, suceso inédito en las democracias avanzadas y, en cambio, algo muy habitual en los regímenes fascistas, sólo añade el tradicional toque esperpéntico de la izquierda cuando se pone a pontificar.

En realidad, Marcuse no hacía sino actualizar las directrices de órganos comunistas como el Comité Central del PCUS, que ya en 1943 instruía a sus cuadros con la siguiente consigna: «Nuestros camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente».

Esta técnica dialéctica ha sido adoptada por la progresía contemporánea (cualquier discusión en la que los argumentos conservadores se hacen difíciles de refutar, es zanjada por el progre de turno tachando de fascista a su contradictor) y sigue plenamente vigente sesenta años después. Este y no otro es el origen de lo que se ha dado en llamar “lo políticamente correcto” –marxismo cultural sería la definición más apropiada en términos históricos–, especie de estricnina intelectual adoptada por el progresismo dominante como elemento constitutivo de su particular cosmovisión, que desemboca con éxito en la imposición de los tópicos prefabricados en defensa de la agenda cultural, intelectual y moral de la izquierda. Basta con asomarse a los medios de comunicación para constatar la magnitud de la dictadura de este marxismo cultural, que obliga a la aceptación de estos principios bajo pena de excomunión democrática. La homosexualidad, la infidelidad, el aborto, la promiscuidad exacerbada y en general cualquier conducta contraria a la esencia de la familia tradicional, es ofrecida a través de programas de testimonio, tertulias o teleseries como expresiones altamente enriquecedoras del ser humano. El menoscabo de la propiedad privada en beneficio de un “interés público”, la masiva intervención estatal en asuntos privados como la enseñanza o el llamado Estado del Bienestar, son considerados también elementos imprescindibles para el progreso de las sociedades. Por el contrario, la religión –cómo cocinar un Cristo para dos personas–, la defensa de la propiedad privada y el capitalismo como elementos imprescindibles para el progreso económico, la familia como forma de organización social o la observancia de un código moral transmitido durante generaciones, son elementos situados en el punto de mira de los acorazados del progreso con carácter permanente. Cualquiera que se atreva a disentir del dictado del marxismo cultural configurado a través de estas consignas, es tachado inmediatamente de reaccionario, fanático o, si persiste en su empeño, de fascista.

Bajo el régimen despótico de lo políticamente correcto, las únicas expresiones religiosas admisibles son las que ponen el acento en conceptos típicos de la agenda progre como la justicia social, la redistribución de la riqueza o el tercermundismo anticapitalista. Por otra parte, tras varias décadas de marxismo educativo, nuestros alumnos son los menos capacitados en las áreas clásicas de conocimiento (en algunos casos rayando en el puro analfabetismo), pero en cambio conforman las generaciones más hipersensibilizadas con los tópicos promovidos por la izquierda como los riesgos del medio ambiente, la lucha contra la opresión capitalista, la tolerancia sin límites, el pacifismo sin condiciones, el multiculturalismo o el relativismo ético.

El éxito del programa intelectual gramsciano queda atestiguado con ejemplos como el de Michael Walzer, quien en el número de invierno de 1996 del órgano marxista Dissent citaba las siguientes conquistas: «el visible impacto del feminismo, los efectos de la discriminación positiva, la emergencia de los derechos políticos de los gays y la atención que se les presta en los medios de comunicación, la aceptación del multiculturalismo, la transformación de la vida familiar incluyendo el incesante crecimiento de las tasas de divorcio, cambio de roles sexuales, nuevas formas de concebir la familia y, de nuevo, su representación favorable en los medios, el progreso de la secularización, la expulsión de la religión en general, y el cristianismo en particular, de la esfera pública (aulas, libros de texto, códigos legales, periodos vacacionales, etc.), la virtual abolición de la pena capital, la legalización del aborto o los éxitos iniciales en el esfuerzo para regular y limitar la posesión de armas de fuego». Pero lo más destacable de todo es, como admite el propio Walzer, que todas esas conquistas han sido impuestas por las élites progresistas, sin que respondan a la presión de movimientos de masas.

Todo este proceso histórico ha desembocado finalmente en la aceptación generalizada de la agenda política de la izquierda –hasta los partidos de la derecha conjugan con total despreocupación términos como desarrollo sostenible, cambio climático, equilibrio norte-sur, justicia social, defienden la educación pública, el estado del bienestar, etc.–, en lo que quizás es la última fase de esta larga marcha a través de las instituciones diseñada en su día por Gramsci con dimensiones proféticas y que Aldous Huxley concretó admirablemente cuando escribió que “un estado totalitario realmente eficiente, es aquel en el que las élites controlan a una población de esclavos que no necesita ser coaccionada, porque en realidad ama esta servidumbre.”

C said...
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C said...

Para se poder discutir política, é preciso conhecer as estratégias do Adversário/eufemismo de "Inimigo"

GRAMSCI, PARA A ESQUERDA QUE NÃO O CONHECE

GRAMSCI

O PODER CULTURAL

Quando se procura caracterizar o debate político e ideológico que, neste momento, tem lugar nos países ocidentais, a palavra que mais espontaneamente nos vem à cabeça é a palavra «totalidade».
Estamos perante um debate total. Com isto pretendo significar não um debate de natureza ou pensamento totalitários, mas um debate que, cada vez mais, se remete indistintamente para campos directa e especificamente considerados como «políticos», assim como para campos considerados anteriormente «neutros». O facto é que, há alguns anos, as diferentes facções, os diferentes partidos, argumentavam essencialmente sobre tópicos directamente políticos, tais como as instituições, o tipo de governo, o sistema económico, considerados mais directamente relacionados com a moral ou possuindo um maior grau de predominância na condução das sociedades, etc. Entretanto existia um consenso tácito sobre as estruturas fundamentais e mais elementares: a instituição da família era então muito raramente questionada e não havia também discussão sobre a utilidade da educação, da medicina, da psiquiatria, etc. Finalmente era considerado que um acordo podia e devia ser facilmente atingido com base em factos científicos, ou seja, nas verdades dos factos obtida através da dedução lógica ou pela prática do método experimental.
Esta situação mudou, hoje, totalmente e as sociedades modernas encontram-se face a uma contestação, a qual, não só desafia este ou aquele tipo de poder ou governo, mas ataca as próprias estruturas da sociedade, o que denuncia a sua «evidência» como um «acordo», a qual sustenta sistematicamente, com sucesso, que não há diferenças entre o homem e a mulher, que não há justificação para a autoridade dos pais sobre os seus filhos, que os doentes mentais são pessoais normais e que, por outro lado, são as pessoas normais que estão loucas, que a prática da medicina torna as pessoas doentes mais vezes do que as cura e que a realidade dos factos científicos não deve ser avaliada mediante o seu grau de verdade mas pela sua concordância relativamente às ideologias em voga. Em tais condições, a própria noção de política encontra-se consideravelmente transformada. Diz-se muito que «a política invadiu tudo»; eu diria antes que os sectores de actividade humana, de natureza não directamente política, adquiri­ram uma nova dimensão, no sentido de terem perdido a «neutralidade» a eles atribuída no que se refere à vida política. E acrescentaria que isto é particularmente verdade nos sectores da actividade cultural e tentarei mostrar (ao longo deste breve trabalho) como se formou, além do poder político, um poder para o qual eu sugiro o nome de «poder metapolítico» ou «poder cultural».

A HERANÇA DA REVOLUÇÃO FRANCESA

Na minha opinião, há um facto assente: não existe neutralidade. Permanecer silencioso significa tão-somente conferir um poder extra àqueles que falam (e, no campo das relações internacionais, permanecer «neutro» perante um problema ou um dado processo, é apenas guardar a própria «força» para outra ocasião). O simples facto de pertencer a uma escola de pensamento, de seguir uma doutrina filosófica ou religiosa, de votar num partido polí­tico, implica um «ajuizar» que atinge, sucessivamente, todos os campos de aprendizagem e actividade.
Foi dito - (e não deixa de ser provável que seja algo mais que um gracejo) - que o homem de direita tinha uma gastronomia diferente da do homem de esquerda! Nenhum campo escapa à «ideologia», a qual definirei aqui como o modo de ver o mundo que nós herdamos, que nós sentimos instintivamente, ou que deliberadamente escolhemos como nosso. O mundo é neutro fora dos homens, pois fora do homem não existe pensamento auto-consciente. Nas sociedades humanas, pelo contrário, nada é neutro. Os seres humanos, poderíamos dizer, são animais que dão significado ao que os rodeia, colocando esse meio numa perspectiva histórica específica. Há maneiras diferentes de ver o mundo e de pertencer a ele, e estas incluem o conhe­cimento puro, tanto como o conhecimento intuitivo, as emoções, os valores implícitos, os juízos estéticos, etc.
Além disso temos que considerar que a sociedade é uma estrutura, na qual, tudo está ligado. A nossa percepção intelectual leva-nos, por meio da capacidade de análise. a separar os diferentes constituintes desta estrutura para tentar compreender melhor a sua ordem e para alcançar a sua transformação.
Mas, entretanto, este conhecimento dá-nos a ilusão de que as coisas são realmente distintas umas das outras, embora elas apenas estejam assim na nossa mente (nota­mos, a propósito, que é esta profunda diferença existente entre o mundo das ideias e o mundo dos factos - sendo a primeira apenas uma imagem sempre imperfeita da segunda - o que explica o carácter heteróclito da acção política, isto é, o facto de que as consequências reais das acções empreendidas diferem sempre, de um ou de outro modo, do efeito pretendido inicialmente). Real­mente (como o disse um pouco acima) tudo está ligado. Numa estrutura social, o sentido de cada membro depende não só da sua natureza intrínseca mas também - e espe­cialmente - da sua função relativamente aos outros mem­bros. Nações, povos, indivíduos têm um sentido enquanto estão em posição, em comparação com ambos os partidos e - tal como para um jogo de xadrez - ninguém pode actuar sobre nenhum deles, isto é, modificar as barreiras que existem entre este e aquele membro, sem modificar, ao mesmo tempo, uma ordem mais geral.
Claro que podemos lamentar este estado de coisas, assim como podemos lamentar a influência crescente das ideologias. No entanto, parece-me difícil, se não impossível, modificá-lo. Queiramo-lo ou não, estamos condicionados pelo nosso meio assim como também o estamos pelo que existiu antes de nós.
O homem nasce primeiro como um herdeiro. Ele não nasce em série, ele nasce dentro de um povo, dentro de uma cultura, dentro de uma dada era, e é desta particular posição em que está que ele será levado a emitir juízos de valor e juízos de facto; (é tão necessário aspirar à objecti­vidade, como quanto teremos que nos resignar que sempre será impossível alcançar uma objectividade total. É impos­sível considerar «objectivamente» todos os aspectos de um problema, assim como o é olhar a terra de dois pólos ao mesmo tempo).
Nesta relação, as leis que governam as sociedades humanas não diferem muito das leis da microfísica: a posi­ção do observador determina em parte o esboço da «pai­sagem» estudada.
O que é certo, por outro lado, é que as ideologias, isto é, os modos de ver e conceber o mundo, ainda quando não se associam como tal não foram sempre conscientes de si próprias como o são hoje, numa era em que já foram grandemente acumuladas e formalizadas numa multidão de sistemas. Esta «súbita preocupação ideológica« é, obviamente, uma consequência directa ou indirecta da revo­lução de 1789. De facto, logo que o princípio de autori­dade que naturalmente governava as sociedades da pré­-revolução foi posto em dúvida na sua legitimidade e nos seus fundamentos, tudo o que antes «was going without saying~» tudo o que era espontaneamente considerado como posição integrante de uma «ordem natural», apareceu como convenção, isto é, como uma criação humana subjec­tiva, e, em consequência, deparou-se com uma grande quantidade de facções politico-ideológicas, pretendendo todas, sucessivamente, possuir uma «nova verdade» e pro­curando os meios de assegurar o poder para si próprias. Paralelamente, desde que o Estado se colocou na posição de ser questionado pelas diversas facções, as quais estão aptas a uma tomada do poder de um dia para o outro (como é hoje sabido) vimos, enquanto todo um edifício de contra­-poderes era levantado frente ao poder estabelecido, simul­taneamente surgir toda uma multiplicação e expansão de pólos de pressão ideológica.

ESTADO-POLÍTICO, ESTADO-ADMINISTRAÇÃO

Relativamente ao Estado, este constituía a matéria de um duplo desenvolvimento.
Por um lado, estava na situação paradoxal de ter de exercer a sua autoridade sobre todos os membros da socie­dade, quando o seu poder e o seu sufrágio haviam proce­dido apenas de uma secção dessa sociedade; Noutros termos: o Estado moderno só pode existir graças a um certo consenso da maioria dos membros da sociedade, ainda que proceda, por meio dos partidos em acção, de uma certa ruptura desse mesmo consenso.
Por outro lado e precisamente para justificar este paradoxo, o Estado desviou-se cada vez mais para fora da esfera da política. Não digo que o Estado já não faça política. A «política de estadistas» está, pelo contrário, mais presente que nunca em todos os níveis da engrenagem de um Governo. Apenas pretendo afirmar, por este mesmo facto, que o Estado não tem já o monopólio da política, e por conseguinte já não é a personificação da essência política. Podemos ver um dos efeitos desta realidade ao observar que os países Ocidentais se tornam cada vez mais «administrativos», esperando recriar, ao nível económico e material, um consenso que já não existe no nível político e ideológico.
De facto, é uma situação verdadeiramente perigosa, pois um Estado que nega o seu próprio princípio (princípio da soberania e da autoridade) para se dedicar principal­mente aos problemas económicos e sociais, está mais que nunca sujeito a ser derrotado pelos poderes que se desen­volvem fora dele e contra ele. (Além de que, ao reduzir toda a finalidade social a uma preocupação económica se torna prisioneiro de uma forma inesperada do «princípio do prazer», pois satisfazendo exigências, exclusivamente mate­riais, em vez de as reduzir, estimula-as e torna-as ainda mais intensas).

A ESCOLA E A POLÍTICA

Penso que, aquela corrente a que geralmente chamamos Esquerda ou Extrema-Esquerda, teve o mérito de ter sido a primeira a tomar consciência da realidade estrutural da inter-conexão de todos os sectores da mente e da activi­dade e, consequentemente, da realidade da impregnação ideológica destes sectores. A chamada Direita, pelo con­trário, conservou-se durante bastante tempo, prisioneira da ideia ilusória de que havia sectores «neutros» - ou (de um modo ligeiramente diferente) de que era possível voltar à situação anterior, na qual um consenso implícito era alcan­çável nestes sectores. Temos em França um bom exemplo dessa diferença de atitudes no campo da educação. Enquanto a extrema-esquerda se vai apossando de um importante número de posições-chave na educação secun­dária e universitária, a direita nada mais faz do que lastimar a «politização da escola», que aparece de facto como irreversível (e que está hoje especialmente aberta ao criti­cismo porque é unilateral).
Aquilo que, no debate intelectual, fez a superioridade metodológica do esquerdista, foi ele ter sabido (e continuar a saber) o que cada um tem que pensar, do seu ponto de vista, em tópicos que são, à primeira vista, tão diferentes como as relações de produção na Idade Média, a pintura abstracta, a invenção do cinema, o «Design» de «Mass Housing», a genética molecular ou a teoria «Quantum» (ou pelo menos ele sabia que neste, como em qualquer outro tópico, a doutrina que ele tinha como sua, tinha uma pala­vra a dizer). A Direita pelo contrário não entendeu que não havia «verdades da ala direita» e «verdades da ala esquerda», mas sim, caminhos de direita e de esquerda (para mais uma vez utilizar expressões convencionais) com o fim de calcular os factos admitidos, adquiridos pela mudança de conheci­mento, organizando-os, colocando-os numa perspectiva particular que lhes dará igualmente um significado par­ticular.
E é provavelmente a razão porque a esquerda e extrema­-esquerda acertaram sempre, mais sistematicamente na teorização, na formalização do seu «Approach» epistemo­lógico e doutrinário, na criação de um corpus ideológico, útil para ser usado como referência em discussões posteriores.
Quer isto dizer que não há «ideologia da ala direita»?
Claro que não. Mas em muitos casos, poderíamos afirmar que esta ideologia apenas existe por dentro, de uma maneira implícita. A direita ignora muitas vezes as suas potencia­lidades; muito raramente teve noção de todas as implicações das suas próprias aspirações. A sua «mensagem» está pre­sente mas não explícita. Todo o trabalho, agora, consiste em trazê-la à superfície. Neste ponto, chamar um doutor Freud ... é tentador.
Considerando estes diferentes «Data» (dados), como se esclarece e desenvolve a noção de poder cultural? Penso que a melhor resposta para esta questão é referirmo-nos à obra do homem que, nos nossos dias, foi o seu primeiro teorizador: o italiano marxista e comunista António Gramsci.

A ANÁLISE DE GRAMSCI

Primeiro que tudo algumas referências biográficas:
António Gramsci nasceu na Sardenha em 1891. Chegou a Turim em 1911, tendo aderido primeiro ao partido socialista, depois ao partido comunista, sendo um dos seus membros proeminentes nos anos vinte. Nessa altura, logo após a revolução bolchevista de 1917, a Internacional comunista enfren­tará numerosas crises. Lenine, o que primeiro decidiu apressar as cisões entre os partidos socialistas europeus e sociais­-democratas, em 1921, avançou com uma política de Frente Popular, a qual ele considerou então como a única capaz de refrear o progresso da «reacção».
No partido comunista italiano, estes volte-face origi­naram uma disputa entre Gramsci, membro do executivo do Komintern desde 1922, e Bordiga que queria recusar qualquer colaboração com os «sociais-traidores» ou seja «sociais-democratas». Esta crise caseira do partido teve consequências sérias. Eleito deputado em 1924, Gramsci, 2 anos depois ganhou a aceitação das suas teses e tornar-se-á Secretário-Geral do PCI. Mas já era tarde. Afastado do seu eleitorado, exausto pelas lutas internas, vítima da ascensão do fascismo, assim como das crises do partido comunista, Gramsci é preso e, depois, transferido para a ilha de Utica e condenado a vinte anos de prisão.
É na sua cela que ele se irá dedicar a um profundo estudo da Praxis Marxista-Leninista e, além disso, às causas do falhanço socialista-comunista nos anos 20. Porque vem a consciência dos homens atrás do que a sua «consciência de classe» lhe possa sugerir?
Como podem as classes sociais dominantes, em minoria, submeter «naturalmente» à sua autoridade as classes dominadas, em maioria? Estas são, entre muitas outras. as questões que vêm à mente de Gramsci. Tais são as questões a que ele irá tentar responder, estudando mais atentamente a noção de ideologia e estabelecendo a distinção definitiva e clássica, de ora em diante, entre «Sociedade Política» e «Sociedade Civil».
Por «sociedade civil» (este termo já tinha sido usado por Hegel. embora Marx o criticasse) Gramsci entende todo o sector "privado” isto é, os campos cultural, intelectual, religioso e moral, enquanto manifestações no sistema da burocracia, do corpo jurídico, administração, serviços públicos, etc. O grande erro dos comunistas, diz Gramsci, foi acreditar que o Estado era apenas um simples instrumento político. Actualmente, estados estabelecem consensos, ou seja, governam, não só através da sua organização política, mas também através de uma ideologia implícita, baseada em valores estabelecidos, considerados como «Going without saying» pela maioria do povo. Este instrumento «civil» inclui a cultura, as ideias, a moral, as tradições e ainda o senso comum.
Em todos estes campos, não directamente políticos, um poder está a trabalhar e o Estado depende também dele: é o poder cultural. Noutros termos, o Estado não exerce a sua autoridade apenas pela coerção. Além da sua domi­nação pela autoridade directa, comando que maneja através do poder político, também beneficia, graças à existência e actividade do poder cultural, de uma espécie de «hegemonia ideológica» e adesão espontânea da maioria das mentes, na concepção das coisas, no modo de ver o Mundo, o qual o fortalece e, ao mesmo tempo, o justifica nos seus próprios temas, valores e ideias. (Esta distinção não está muito longe da que foi feita por Louis Althusser entre «sistema repressivo do Estado» e «instrumentos ideo­lógicos do Estado»). Nesta, diferenciando-se de Marx, que reduzirá a «sociedade civil» simplesmente à sua subestru­tura económica e à contradição entre forças de produção e estruturas de apropriação de capital, António Gramsci tem a consciência perfeita (sem contudo estar suficiente­mente claro que a ideologia se encontra intimamente ligada às mentalidades - isto é, à constituição mental dos povos) de que é nesta «sociedade civil» que são trabalhadas, divul­gadas e multiplicadas as diferentes concepções do Mundo, filosofias, religiões, explícitas ou implícitas; o consenso social depende de todas estas formas para dominar, forta­lecer-se e sobreviver. Assim, colocando a sociedade civil ao nível da superestrutura, somando-lhe a ideologia, à qual pertence, Gramsci fará a distinção, dentro do Mundo Ocidental, entre duas formas de superestrutura: por um lado. a sociedade civil, do outro a sociedade política (ou o «Estado» propriamente dito). Enquanto que, no Oriente, o Estado é tudo, sendo a sociedade civil «primitiva e gela­tinosa», nos países ocidentais, especialmente nas socie­dades modernas onde o poder político é informe, a entidade «civil» - a mentalidade da época, o espírito do tempo ­possui um lugar proeminente. E foi este lugar proeminente que os partidos comunistas dos anos 20 não compreenderam. Assim, não o levarão verdadeiramente em conta ao conceberem as suas estratégias. Neste sentido, eles foram desencaminhados pelo exemplo de 1917: porque se Lenine conseguiu manter o poder, conseguiu-o (entre outras razões) porque na Rússia não havia praticamente uma sociedade civil.

PODER CULTURAL E SOCIEDADE CIVIL

Pelo contrário, nas sociedades em que cada membro participa mais ou menos da ideologia implícita que uma concepção do mundo espontâneo pressupõe, nas socie­dades onde reina uma atmosfera cultural própria, torna-se impossível apoderar-se do poder político sem previamente se ter apoderado do poder cultural.
A revolução Francesa de 1789, por exemplo, é disso um bom exemplo. Foi possível na medida em que foi preparada por uma «revolução das mentalidades», ou seja, pela difusão das ideias da «filosofia das Luzes» no seio da aris­tocracia e da burguesia. Como Helène Vedrine diz (no seu ensaio “Les philosophies de l'histoire”, Payot, 1975) «a con­quista do poder não é apenas realizada por uma insurreição política que toma para si o estado, mas por uma longa acção ideológica na sociedade civil, que ajudará a abrir o caminho».
Do ponto de vista de Gramsci, numa sociedade avan­çada, a «transição para o socialismo» não é efectuada nem por um “Putsch” nem por um assalto directo mas, de facto, pela transformação das ideias comuns, equivalente a uma lenta subversão das mentalidades. O pelourinho desta Guerra Estática é a cultura, considerada como centro e depósito de valores e ideias.
Apercebemo-nos, então, de que Gramsci recusa simul­taneamente o leninismo clássico, isto é, a teoria da luta revolucionária, o revisionismo stalinista dos anos 30, ou seja a estratégia da política de frentes populares, e a tese de Kautsky, a ideia de uma «vasta assembleia de trabalhadores».

O PAPEL DOS INTELECTUAIS

Paralelamente à «obra do partido», que é uma obra concretamente política, Gramsci propõe a realização de uma «obra cultural», para substituir por uma «hegemonia cultural proletária» a «hegemonia burguesa». Tal tarefa é essencial para se obter a mentalidade da época (isto é, um resumo da sua razão e da sua sensibilidade) em harmonia com a mensagem política que se quer inserir nela.
Por outras palavras, para obter a maioria política a longo prazo, tem que se obter primeiro a maioria ideoló­gica, porque será apenas no momento em que valores diferentes dos existentes ganharem a sociedade activa, que a sociedade começará a vacilar nos seus fundamentos e o seu poder efectivo começar-se-á a desintegrar. Será pos­sível, então, tirar politicamente proveito da situação: a acção histórica ou o sufrágio popular confirmarão - ao nível das instituições e do sistema de governo - uma evolução já adquirida nas mentalidades.
Deste modo, Gramsci concebe uma função precisa aos intelectuais, induzindo-os a «ganhar a guerra cultural»; aqui, o intelectual é definido pelo modo como reage em relação a um dado tipo de sociedade e de produção. Gramsci escreve: «cada grupo social, nascido no terreno específico de uma função essencial, no mundo da produção económica, cria em simultâneo, organicamente, um ou vários estratos de intelectuais que lhe dão a homogenei­dade e consciência da sua própria função, não só no campo económico, mas também nos campos social e político» (“Os Intelectuais e a Organização da Cultura”). Desta maneira, Gramsci estabelece outra distinção entre os intelectuais orgânicos, que asseguram a coesão ideológica de um sistema ou de um grupo social, e os intelectuais tradicionais que representam o antigo estrato social que sobreviveu às transformações dos modos de produção. É ao nível do que ele chama «intelectuais orgânicos» que Gramsci recria o sujeito da história e da política - «o Nós organizador dos outros grupos sociais» (para usar as palavras de Henri Lefèbvre - «La Fin de I'Histoire», Minuit, 1970). Isto significa que o sujeito da história não é já o Príncipe, nem o Estado, nem sequer o Partido, mas sim a vanguarda inte­lectual ligada à classe trabalhadora (ou, pelo menos, suposta de estar ligada a ela). Gramsci defende que o seu dever é cumprir uma «função de classe», sendo o porta-voz dos grupos representados nas forças de produção, fazendo um lento «trabalho de formiga branca» (o qual evoca a revolucionária «velha bruxa» de Marx).
Finalmente deve dar ao “proletariado” a «homogenei­dade ideológica» e a «auto-consciência» necessárias para assumir a sua hegemonia - um conceito que, em Gramsci, supõe e prolonga o conceito de «Ditadura do Proletariado» tanto quanto ele ultrapassa a Política para incluir a matéria cultural.
Assim, Gramsci detalha todos os meios que considera significativos na «persuasão permanente»: o apelo à sensi­bilidade popular, a inversão dos valores normativos, a criação de «heróis socialistas», o teatro, o folclore, a pro­moção de canções e por aí adiante. Para a definição destes meios, inspira-se na experiência inicial do Fascismo italiano e dos seus primeiros sucessos. O Comunismo, diz, deve, de facto, ter em conta a experiência soviética, sem contudo tentar seguir o seu exemplo passivamente; pelo contrário, deve ter em conta, para a definição de um contra-poder cultural, a especificidade das problemáticas nacionais e caracteres populares específicos. A acção histórica e popular não deve negligenciar a diversidade das sociedades nem deixar de ter em conta o temperamento, mentalidades, herança histórica, cultura, tradições, ou relações de classe - o que inclui também, obviamente, os seus aspectos ideológicos.
Gramsci - e lembremo-nos que ele escrevia nos anos 30 - sabe perfeitamente que o «Post-fascismo» não será socialista, mas crê que esse período, quando o libera­lismo reinar (outra vez), será uma excelente ocasião para praticar a subversão cultural, pois os partidários do Socialismo e Marxismo encontrar-se-ão então numa óptima posição de comando moral. Desta «viragem democrática», Gramsci é de opinião que se erguerá um bloco histórico, sob a supervisão da «classe trabalhadora», enquanto os «intelectuais tradicionais», pouco a pouco marginalizados, serão finalmente ou integrados ou derrubados. (Por "bloco histórico», noção baseada no estudo da situação no Mezzogiorno, entende Gramsci um sistema de alianças políticas associando infraestruturas e superestruturas cen­tradas à volta do proletariado, mas sem se identificarem com ele e baseado na «História » no sentido marxista, isto é, nas relações de classe e lutas no interior da sociedade.

A PENETRAÇÃO DE CONTRA-VALORES NAS SOCIEDADES CONTEMPORÂNEAS

Sofrendo de tuberculose, António Gramsci morre a 25 de Abril de 1937, numa casa de saúde italiana. A cunhada herdou as suas notas da prisão, num total de 33 blocos, encarregando-se da sua circulação. Logo a seguir à guerra, estas notas tiveram um tremendo sucesso e exerceram uma enorme influência, em primeiro lugar na evolução do partido comunista italiano e depois na generalidade dos grupos de esquerda e de extrema-esquerda nos países europeus.
Em certos aspectos, especialmente se nós nos cingirmos apenas aos aspectos metodológicos da teoria de "poder cultural», as ideias de Gramsci provaram, actualmente, serem proféticas. E não devemos ficar surpreendidos pela sua importância nos reajustamentos estratégicos que caracterizam o que hoje é chamado, certo ou erradamente, Eurocomunismo - com fenómenos tais como a busca, pela maioria dos partidos comunistas europeus, de um novo «bloco histórico», o abandono pelo partido comu­nista francês do conceito de «Ditadura do Protelariado», a presente atitude do Partido Comunista Italiano, etc.
Várias tendências das actuais sociedades realçam em demasia - e consequentemente facilitam - a influência exercida pelo poder cultural. Em primeiro lugar, devemos notar que o papel desempenhado pelos Intelectuais dentro da estrutura social nunca foi tão importante como hoje em dia. A democratização da educação, o papel proeminente desempenhado pelos «media», a necessidade (relativamente às penetrações das modas, incessantemente renovadas) de encontrar «novos homens de talento» (reais ou supostos), a crescente sedução dos «opinion leaders» pelas ideias em moda (os «Gallups» fornecem um bom exemplo) e tendo todos estes factores repercussões uns nos outros, cria-se assim a possibilidade da Intelligentzia manejar um considerável poder.
Devemos notar ainda a importância crescente das acti­vidades de «tempos livres» que ajudam ainda mais a propa­gação de um certo tipo de cultura e a divulgação de um certo número de temas e valores, a também crescente vulnerabilidade da opinião pública a uma mensagem meta­política, tanto mais eficiente, sugestiva e assimilável, quanto as suas ideias-base e o seu carácter propagandístico não são realmente entendidos como tal e, portanto, não encontrando pela frente o mesmo tipo de racionalização de reservas de consciência que enfrentaria uma mensagem declaradamente politica.
Além disso, o poder dos espectáculos e das modas repousa neste carácter específico: uma novela, um filme, uma peça, um programa de televisão, etc., serão enten­didos a longo prazo como políticos, mas de imediato trarão consigo uma lenta transformação, um lento deslizar das mentalidades de um sistema de valores em direcção a outro.
Finalmente, há outro aspecto das sociedades actuais que não podemos descuidar quando falamos da acção do poder cultural: é o facto de a maioria dos regimes liberais Ocidentais estarem pessimamente preparados e ainda totalmente indefesos, devido à sua própria natureza, frente a esta transformação das mentalidades e esta subversão das ideias.
Os poderes ocidentais estão, actualmente, prisioneiros dos seus próprios princípios por duas razões. Por um lado, numa ordem política pluralista a competição está, neces­sariamente, garantida para todas as ideologias em con­fronto e a sociedade não pode actuar contra as ideolo­gias totalitárias sem correr o risco de se tornar (ou ser considerada) tirânica. O estado pode proibir a posse de armas de fogo ou o uso de explosivos; mas é-lhe muito difícil, sem interferir com o princípio da liberdade de expressão, proibir a publicação de um livro ou um espec­táculo, ainda que estes constituam, se se apresenta a ocasião, como autênticas armas apontadas contra ele (Estado). Assim, as sociedades ocidentais arriscam-se a cometer um lento suicídio, encontrando-se, como se encon­tram, baseadas no pluralismo, pois este pluralismo não existe realmente sem o consenso da maioria dos seus membros e, por outro lado, a sociedade não pode pôr fim a este pluralismo sem requestionar as suas próprias bases. Consequentemente, é nos regimes liberais ocidentais, onde precisamente a intelligentzia é especialmente livre de exercer o seu papel crítico, que se encontra o mais fraco consenso. A ordem pluralista, como Jean Baechler cons­tatou, é caracterizada por um pluralismo transitório. De facto, o pluralismo político, isto é, o reconhecimento insti­tucional da legitimidade de esquemas competitivos e divergentes, produz por si próprio um efeito corruptivo no consenso.
A multiplicidade dos partidos, pelo simples mecanismo da competição dá-nos a possibilidade de nos apercebermos, cada vez mais claramente, da multiplicidade e variedade das partes, instituições e valores. De facto, quase nada ficou aos membros da sociedade para que possam chegar a um acordo unânime. ("Qu'est-ce que l’Idéologie?" Gallimard, 1976).

C said...
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C said...

Um bom fim de semana, com poesia e música de intervenção, contra-revolucionária, do Zé Povo!
Dedicado aos Zelotas de Portugal:

OS CRAVOS

Quando as feras se disfarçam de cordeiros,
o gado manso não resiste a esse ardilo

A comprová-lo temos esses embusteiros, (bis)
que organizaram o 25 de Abril (bis)

Quando disseram ao Povo que a liberdade,
já pertencia às crianças e aos velhos,

Os oprimidos sentindo felicidade, (bis)
ofereceram às feras cravos vermelhos (bis)

Estas flores com o seu tom encarnado,
verteram seiva quando foram arrancadas

Tal como elas, o Povo foi enganado, (bis)
e com tristeza limpa as faces molhadas (bis)

Esses bandidos sedentos de boa vida,
roubam aos pobres o trabalho e o pão

Guardam para eles casas e boa comida, (bis)
e quem trabalha só tem comida de cão (bis)

Nos seus banquetes só eles podem entrar,
e para as festas os Senhores dos Conselhos,

pedem ao Povo para que lá vá cantar, (bis)
pedem ainda que levem cravos vermelhos (bis)

Querem com isso que o Mundo inteiro veja
que Portugal tem o Céu no seu governo
e o Povo honesto que lá vive, não deseja
aquele Céu porque aquilo é um inferno

Querem com isso que o Mundo inteiro veja
que Portugal tem o Céu no seu governo
e o Povo honesto que lá vive, não deseja
aquele Céu porque aquilo é um inferno

e o Povo honesto que lá vive, não deseja (bis)
aquele Céu porque aquilo é um inferno (bis)

O CAMALEÃO

(com sotaque alentejano)
Tás ouvir ó Zé!Acorda agora porque logo já é tarde ó homem!
Andas para aí a dizer que és livre e que a PIDE acabou, mas está enganado rapaz!
Olhe que só llhe mudaram de nome, portanto abre os olhos e tem cautela!

Dentro das Forças Armadas há uma organização,
Derrubou o nome da PIDE para lhe chamarem COPCON
Tem um chefe que é um tolo, uns dizem que é Otelo,
Também lhe chamavam de Carvalho,
E eu chamava-lhe Camelo!

Agora verifiquei que é um camaleão visto que muda de cor, (bis)
Na morte de Salazar, quando a urna transportava chorava com muita dor (bis)

Passa a vida inteira discursando, atacando o Fascismo,
No tempo das vacas gordas atacava o comunismo

Já o Povo se interrogava sobre o que ele irá dizer,
quando nós organizados retomarmos o poder

De certo não se atrapalha porque um camaleão consegue mudar de cor,
Na morte de Salazar, quando a urna transportava chorava com muita dor
De certo não se atrapalha porque um camaleão consegue mudar de cor,
Na morte de Salazar, quando a urna transportava chorava com muita dor

Agora verifiquei que é um camaleão visto que muda de cor, (bis)
Na morte de Salazar, quando a urna transportava chorava com muita dor (bis)

VAI EMBORA Ó CUNHAL

Agora vai a canção do Zé Povinho,
que já se deixou roubar, nesse negócio do vinho...

O vinho é de Portugal, pisado por nós, pelos portugueses
e os russos são quem o bebem mais barato duas vezes,
para nós custam oito mil reis e para os russos quatro escudos,
e os portugueses que cá andam a trabalhar para manter pançudos,

Vai embora, ó Cunhal
Deixa agora Portugal

Não se quer no País traidores da tua igualha
Vai embora de vez e não voltes mais grande canalha

E está tanta gente presa nestas cadeias de Portugal
Só porque não recearam em chamar de traidor esse Cunhal,
Cá fora estão os ladrões que são os seus cães para o guardar,
Fazendo uma vida bela com o que ganham sem trabalhar

Vai embora, ó Cunhal
Deixa agora Portugal

Não se quer no País traidores da tua igualha
Vai embora de vez e não voltes mais grande canalha

Vou acabar de cantar esta canção,
Mas se tu não te vai embora, vais ver como será então
Vou acabar de cantar esta canção,
Mas se tu não te vai embora, vais ver como será então! (bis)

MORTE AO REVISIONISMO

Para uma caserna que fizeram os militares
Para asilarem centenas de marmejos e aldrabões,

E dentro dela com a barriga bem cheia, (bis)
Fazem o seu pé de meia, com suor de milhões, (bis)

Morte, Morte, Morte, Morte ao revisionismo,
Morte, Morte, Morte, Morte ao cunhalismo

De vez em quando a caserna é alargada,
para que outra fornada que possa lá dentro entrar

Enquanto isso, eu que sou o Zé do Povo, (bis)
e que espero algo de novo continuo a esperar (bis)

Morte, Morte, Morte, Morte ao revisionismo,
Morte, Morte, Morte, Morte ao cunhalismo

Ai quem me dera nada ter para dizer,
Mas o certo é que o Povo nada tem para comer
E o trabalho que eles tinham prometido já entrou naquela história, (bis)
Que é a história do bandido (bis)

Morte, Morte, Morte, Morte ao revisionismo,
Morte, Morte, Morte, Morte ao cunhalismo

Fui enganado por esse grande canalha, que utiliza a metralha, para me fazer calar
Mas a razão nunca pode ser calada, nem que seja à cacetada ela tem de se mostrar

Morte, Morte, Morte, Morte ao revisionismo, (bis)
Morte, Morte, Morte, Morte ao cunhalismo (bis)

Nic said...

excelente cartoon!
ilustra muitissimo bem aquilo a que chamo "evolucao civilizacional".
Felizmente que a tendencia e' evoluir!
:)

JSA said...

Zé Carlos, lamento o que se segue:

Caríssimo Vitório Rosário Cardoso: tenha as opiniões que tiver, seja tradicionalista, revolucionário, patriota, macaco ou alguém verdadeiramente evoluído, faça-me a mim e à maior parte das pessoas que querem ler alguma coisa de jeito neste blogue:

Vá-se pôr num porco!!!

Eu sei que estou a abrir o flanco para me acusar de tudo e mais alguma coisa a partir deste momento, mas antendendo à forma como enquadrei o "insulto", penso que fica clara a intenção.

Se eu quiser ler autores vou procurá-los. Não me vou fiar na sua palavra. Se quiser discorrer sobre estas tretas todas faça-o num blogue seu. Aprenda as regras de discussão num blogue: mantenha a discussão simples. Sinceramente, se o apanhasse a deixar no meu blogue estes montes de restos pós tracto-intestinais devidamente biocatalisados, o mínimo que lhes acontecia era seguirem directamente para o lixo.

Se você tem tempo para escrever estes testamentos, não espere que todos tenham tempo para os ler. Ou paciência. Ou estômago.

Anonymous said...

Ó Vitó, ainda não percebeste que ninguém te leva a sério com esses discursos patéticos? E que ninguém tem paciência para ler os testamentos políticos que escreves? Se queres ser levado a sério, escreve pouco e bem. Ou então vai para o teu próprio blogue, em vez de estragares os blogues dos outros.

Anonymous said...

Grr!...

Onde é que está o Vitório... caralho?!...
Para lhe fazer a saudação à maneira...Que saudades da mocidade portuguesa e da farda com que ele frequentava as aulas da Defesa da Pátria unida do Minho a Timor. Um gajo assim é às direitas!Queria dar-lhe com o facho...F***da-se!

José Carlos Matias (馬天龍) said...
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José Carlos Matias (馬天龍) said...

Estimados leitores,
Não tenho jeito nem vocação nem tempo para utilizar lápis azuis.Mas algumas expressões em comentários que aqui estão expressos são de um nível que não se coaduna com o que este blogue pretende ser. Peço a todos, por isso, que eveitem essa linguagem. Até porque só fica mal aquem escreve. Já agora. O Sínico não obriga as pessoas a identificarem-se com o registo do blogger - admite mesmo comentários anómimos. Essa é uma situação que irá mudar em breve. Reconheço que devia ter escrito isto há mais tempo, mas mais vale tarde...

Anonymous said...

Estimado ma tin lon,

Convinha, então, limitar também o número máximo de caracteres que se pode escrever por comentário, para nos poupar aos testamentos políticos do Vitó.

PS: «eveitem», não - «evitem»!

José Carlos Matias (馬天龍) said...

Tem toda a razão, amigo anónimo.

Anonymous said...

Prezado Sínico.

Apresento, humildemente, as minhas desculpas...
Mas, se me dá licença pelo abuso, do qual desde já de novo me penitencio, se mal lhe diga, o Vitório é um...tesão ( a menina de canela que não me interprete mal).

PS: Vitório, fardado de MP, a última notícia tua é que estagiastes na chafarica da "Xávi Pereira". Heil!

Anonymous said...

Estagiou na chafarica da Xávi Pereira e, no Verão passado, no JTM, de onde ainda é correspondente. Não deixa de surpreender que um assumido socialista como o Mr. Kentucky Fried Chicken tenha como correspondente este Vitó de extrema-direita. E que dirá o dono do jornal, o tubarão branco, mação e também socialista assumido? Isto até cheira mal.

Anonymous said...

Aiiiiiiiyaaaaaaaaaaaaaaaa! Se se está, Anónimo, a referir-se ao pasquim do cônsul da Mongólia, loiro por natureza, (oiyéeeeéé), a coisa fia mais fino...
Ah, Vitório, Vitório!... Nunca me enganaste. Nem tu nem o "louro".
A Bem da Pátria!